lunes, 16 de enero de 2012

OTREDAD


 “Si vas a vivir en mi cabeza, por lo menos vestíte” – Matías Settimo.


Antes, la idea se alimenta de sutiles impulsos que proyecta la retina. Es el revés del espejo que transforma a la imagen en idea y a la idea en el resto de los sentidos.

Nos medimos de los ojos a la boca y de la boca a las manos que pasan a la nuca con párpados que se cierran de tu boca en la mía. Las lenguas se alargan, se contraen en un nuevo sabor que marca el ritmo y la profundidad.
Los cuerpos se acercan y alarman, hasta el último poro adormecido, los brazos multiplicados de todas nuestras versiones.
Verbos se superponen en imperativos urgentes.

Buscame,
se desabrochan los primeros botones.
Acariciame,
los dedos caminan por la espalda.
Besame,
los labios se deslizan por el cuello hasta los hombros.
Oleme,
los perfumes se diluyen en saliva.
Avanzame,
me quitás con destreza el corpiño.
Tocame,
te quedás prendido en la redondez de mis tetas.
Apoyame,
y se desgasta la carne en la fricción.
Descubrime,
y el vestido se acorta en un desvío de humedad.
Desvestime,
y en piso quedamos los que fuimos.
Acorralame,
me levantas de las caderas hasta la alfombra.
Encontrame,
los cuerpos ciegos se arrastran.
Probame,
nos lamemos, nos masticamos,
nos succionamos.
Hablame, ensuciamos la respiración.
Mirame,
el deseo se desboca en nuestros gestos.
Definime,
nos adentramos en la otredad.

Afuera, los árboles, la luna, el vecino y el perro, los semáforos intermitentes, los suicidas, las palabras y las cosas, todas las noches que ahora no son.

Cojeme,
ahoguémonos en esta violencia.

Acabame,
hagámonos idea.