Abro la canilla
cierro los ojos
trance mojado
mis manos,
espuma tibia
hasta volverme
blanca y mentolada.
Canto y me río
en los charcos.
lunes, 15 de octubre de 2012
jueves, 20 de septiembre de 2012
Di-a-rio
Miércoles
[Sentarme –
Abrirme – Leerme – Escribirme]
Difícil volver
a la rutina constructiva y destructiva del reconto emocional y reflexivo.
Hoy me cuestan
los silencios de las hojas desnudas y lo que quiero decir con estas frases
tachadas como gritos.
Hubo un tiempo
en el que veía entrar la luz y disiparse en caminos traslúcidos, brillantes,
persiguiendo el fondo donde habitan estrellas y monstruos marinos.
Jueves
El equilibrio
da vértigo. Va a llover aunque esté durmiendo y no vea el relámpago.
Salto de idea
a idea intentando avanzar sin caer. A veces el error es inevitable y hasta
buscado.
Se siente
fuerte en la mezquindad. Muestra los dientes, se ríe. Más tarde, el vino llega
a ser rico y luego, el champagne. Se repite el brindis y la escena del mozo
abasteciendo en silencio.
Antes de
dormir me corroe el anhelo de un Marlboro encendido y tu voz llegando por la
espalda.
Viernes
Sensibilidades
envasadas al vacío.
Dónde se
guardaban las debilidades y otras características demodé?
Tuve un sueño
loco y mi analista se decreta enfermo.
Me soñé en los
cueros de un hombre por primera vez.
Y no cualquier
hombre.
Besaba a una
mujer,
Y no a
cualquier mujer.
No arriesgo
resultados de búsqueda.
Un beso
inesperado, ridículo y simbólico siempre entorpece cualquier intento serio de
análisis.
Sábado
-
Descubrir
si estoy rota o descosida.
-
Encontrar
el hilo indicado.
-
Esterilizar
la zona afectada.
-
Soplar
piadosamente.
-
Enhebrar
aguja.
-
Llorar
lo que haga falta.
-
Respirar
profundo.
-
Puntadas
prolijas.
-
Necesidad
de mimos en el pelo.
Viernes
Esta colección
de espejos
que inventan
objetos
infinitos
sujetos
castrados
es un recorte de luz
proyectado
en la superficie
y
es
el fondo
que se agita
y
el animal
que fui
buscando
excusas
en el cielo
razo
para no dormir
la siesta que
se tragó
las tardes
y
el animal
que espera
en la orilla
a que regrese
a buscarnos.
(en respuesta al Poema
"Sábado" de Antonio Gamoneda)
Otros
Me despertó el sonido lejano y constante de la crecida. Apareciste
con el libro azul de letras doradas y en silencio, temiendo despertarme, te
recostaste conmigo pero de frente en la hamaca que atravesaba la galería. Abrí
los ojos recién cuando comenzaste a leer en voz alta para los dos y vi al cielo
despejarse, dos o tres nubes bajas, tu perfil a contraluz, la hilera negra de hormigas
subir por la pared.
Como en otros días de lluvia, tu
mirada había virado al verde. No dejaba de asombrarme, pero no te lo decía.
-
“Comprendí que para un muchacho
que no había cumplido veinte años; un hombre de más de setenta era casi un
muerto.”
Tus
dedos iban y volvían, siempre volvían a mis piernas, como un mantra.
-
“Le contesté: Suele parecerse
al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan.”
En el punto y aparte nos
reímos.
Ahora pienso que incluso en
esas horas lo sabíamos. Suspendidos en el aire traslúcido, le habíamos ganado
al tiempo.
sábado, 9 de junio de 2012
Sala C
Entonces
siempre tiene
miedo
Cuida bien
al niño
de los ecos
existencialistas
que saben
visitarlo
cuando piensa
en todo eso
que se reduce al
abrazo
de aquélla,
que está ahí
nomás
pero es allá,
afuera
en un sillón,
en otras ellas
y en todas
partes
cuando se
piensa solo.
Cuida bien
su mente
Ella elige la
madera.
Le tocan las
manos,
en la frente
lo besan.
El mozo se
distrae
en unas piernas,
apila tazas
sucias.
Café?
No, gracias.
Dale el
sol de Enero
Ella se lava
la cara.
Era tan joven.
Necesita algo
más?
Las doce y
diez
Papeles
Firmas
Billetera
Yo me encargo
Dale un
vientre blanco
Murmuran
Anécdotas
Se ríen
la abrazan
salen a fumar
a comer
a irse.
A ella
se le corren
las medias negras.
Dale tibia
leche de tu cuerpo
Pasillos
Llamadas perdidas
Obituarios
Acompañan en
el dolor
Pañuelos
Flores
descompuestas
Fulano y flia
descompuestos
del asco
de la pena
del terror
de la culpa
del alivio
de no ser él.
Todas las
hojas son del viento
A ella
A ella
las tripas le
suenan
Pésame.
a parto viejo.
ya que él
las mueve hasta en la muerte
Mi más
sentido,
dicen.
Y siempre
tiene miedo
de los ecos
existencialistas
que saben
visitarla
Todas las
hojas son del viento
cuando piensa
en todo eso
que se reduce al
abrazo
de aquél
que está ahí
nomás
pero es allá,
adentro
menos la
luz del sol.
Moebius
Son siete cuadras
hasta el picaporte dorado de la puerta blanca con el timbre redondo del
consultorio tres. Es el tercer timbre, porque es el consultorio tres. Lo
recuerdo ahora, ayer, todos los días, excepto los miércoles a las diecinueve
cuando llego a la puerta blanca del picaporte dorado, levanto la mirada y me
encuentro con los tres botones numerados de menor a mayor y de izquierda a
derecha. El primer impulso es apretar el segundo que tiene un número 2 y está
ubicado entre el primer y tercer timbre redondo de plástico, que es el que
tendría que tocar sin dudar; pero dudo y el dedo va hacia el botón del medio y
pienso si es el timbre, si no era otro, si no era el tres y en cómo resolví el
miércoles anterior este dilema. Es el tres y siempre es el mismo timbre todos
los miércoles aunque prefiera los números pares, pero así no funcionan los
timbres, ni los consultorios. Tampoco los psicoanalistas.
Primer cuadra.
Vereda impar.
El informe vence
mañana y faltan algunos puntos. La vecina salió en calzas a pasear su proyecto
de perro. La miro y sabe que la miro y me deja mirarla como si no le importara
que los dos sepamos. Ya lo estoy viendo a Carlos culpándome por no haber
terminado el trabajo. Debería usar esas calzas todos los días. El médico del 9°
B me mira de reojo como queriendo saludar y con esfuerzo digo hola. Me pongo
los auriculares mientras con la excusa del perro seguramente se va a acercar a
ella preguntándole sobre el alimento balanceado, la edad, el veterinario, el
nombre y esas cosas de las que no puedo hablar por falta de interés y de
conocimiento. Llegaré mañana a la reunión con tranquilidad y cuando él suba la
ceja y tuerza la boca como un pulgar hacia abajo facial, lo voy a mirar
fijamente y con una voz serena y firme como nunca me escuchó le voy a decir que
fue Ernesto, su pollo, quien no entregó los puntos. No me explico cómo un perro
tan chico puede cagar tanto.
Doblo a la izquierda.
Subo el volumen. Parece
que a esta hora salimos todos los postergados; gente que se golpea para pasar
primero y viejos que arrastran los pies. Me adelanto con vergüenza y culpa por
tener las piernas más ágiles, por ser más joven, por el impulso del apuro, por
no quedarme detrás de ellos y a su ritmo. Cuando yo arrastre los pies voy a
extrañar la velocidad, pero ahora integro la masa del desasosiego urbano,
aunque llegar tarde o unirme al tráfico de peatones que aun pueden adelantarse resultan
opciones irritantes. También podría terminar el informe antes de la reunión. Si
tomo un taxi en la esquina llego antes al consultorio y tendré que sentarme en
el sillón de la sala de espera hasta que se haga la hora.
Cruzo. Tercer
cuadra.
La esquina del bar.
Después de aquella tarde, nunca más entré. Todos los miércoles miro hacia esa
mesa, como si no nos hubiéramos sentado en otras. Recuerdo cuando me contabas
sobre la Curva de Moebius. Tiene una extraña propiedad: no posee nada que se
pueda llamar dentro y fuera.
Te miré con esa cara. Cortaste la servilleta de papel formando una banda, le
pediste al mozo la birome, hiciste una línea de puntos sobre uno de los lados,
le diste un giro, uniste ambas puntas. Parece que va a llover. Algún día
debería sentarme en esa mesa y pedir un café como si nada hubiera pasado.
Semáforo.
Siempre lo mismo:
basta que piense en que puede llover para que empiece a ver gente que ya salió
con el paraguas por si acaso. Por qué no soy de los que salen con paraguas en
vez de ser de los que salen con apuro? Enciendo un cigarrillo.
Si uno se pone a
andar por la cara interior de la banda, de repente aparece por la cara exterior
y viceversa, dijiste, y llevaste mi dedo a pasear por la línea de puntos azules
hasta que desaparecieron.
Es el tercer timbre,
claramente.
Quinta cuadra.
Terminar el informe
antes. Yo, todo yo. No, que se haga cargo. Yo no soy su asistente, cumplí con
mi parte y no soy ningún pelotudo que se deje pisotear; prefiero ser un hijo de
puta, como Ernesto, de vez en cuando, para variar, para salirme del rol de buen
compañero que salva al equipo desde el anonimato. Gotas. Tendría que haber
tomado un taxi. Voy a llegar mojado al consultorio porque no llevo paraguas
porque no soy previsor porque siempre salgo a último momento con el tiempo
contado para llegar caminando con buen clima hasta la puerta blanca de
picaporte dorado donde me olvido el número pero a dos cuadras se que es el
tres. Si tuviera un asistente, un pelotudo como yo que hiciera todo mi trabajo,
recordaría el paraguas por lo menos.
Avenida. Llueve tanto.
Y después dijiste : Ves? No hay dentro ni fuera, ni arriba, ni abajo…
La curva de Moebius no es
orientable. Los auriculares no son a prueba de agua.
Los Ernestos y los Carlos del
mundo siempre consiguen paraguas, recuerdan los números de los timbres, saben de
perros y no caminan con los zapatos mojados. No quisiera ser ellos ni por un
instante, ni por todo el reconocimiento del mundo, porque yo no soy así, yo
pienso en el otro, yo trabajo para un equipo, yo puedo dejar los egoísmos
personales por una causa común. Soy mejor persona que ellos y entonces no tengo
que engranar por mezquindades como un informe que a nadie le aporta nada ni es
de relevancia en la vida de ninguna persona. Debería ocupar mi tiempo en lo que
realmente importa.
Séptima.
Y no vengo a recostarme mojado en
un diván para perder el tiempo porque algo debo estar buscando, como todos. Como
el del noveno, que quiere a la vecina y sabe que tiene que hablar de perros y
aunque yo también quiera a la de las calzas, no debe ser tanto así o haría
algo, no se, le hablaría del clima pero de seguro prefiere los perros que la
lluvia. Es el número tres, ninguno de los otros. Si me enfermo mañana podría
faltar a la presentación, el informe hablaría de mi trabajo y Ernesto quedaría
expuesto frente a Carlos, que lo miraría con la ceja levantada y me perdería la
satisfacción.
Llego a la puerta blanca de
picaporte dorado que hoy tiene los vidrios empañados y aunque quisiera tocar el
segundo botón redondo de plástico, estoy seguro que es último timbre impar de
la derecha donde el dedo se hunde… hasta que desde adentro algo suena, empujo y
se abre.
…es como la curva del eterno presente,
sentenciaste, mientras bebías un sorbo
de té.
lunes, 16 de enero de 2012
OTREDAD
“Si vas a vivir en mi cabeza, por lo menos vestíte” – Matías Settimo.
Antes, la idea se alimenta de sutiles impulsos que proyecta la retina. Es el revés del espejo que transforma a la imagen en idea y a la idea en el resto de los sentidos.
Nos medimos de los ojos a la boca y de la boca a las manos que pasan a la nuca con párpados que se cierran de tu boca en la mía. Las lenguas se alargan, se contraen en un nuevo sabor que marca el ritmo y la profundidad.
Los cuerpos se acercan y alarman, hasta el último poro adormecido, los brazos multiplicados de todas nuestras versiones.
Verbos se superponen en imperativos urgentes.
Buscame,
se desabrochan los primeros botones.
Acariciame,
los dedos caminan por la espalda.
Besame,
los labios se deslizan por el cuello hasta los hombros.
Oleme,
los perfumes se diluyen en saliva.
Avanzame,
me quitás con destreza el corpiño.
Tocame,
te quedás prendido en la redondez de mis tetas.
Apoyame,
y se desgasta la carne en la fricción.
Descubrime,
y el vestido se acorta en un desvío de humedad.
Desvestime,
y en piso quedamos los que fuimos.
Acorralame,
me levantas de las caderas hasta la alfombra.
Encontrame,
los cuerpos ciegos se arrastran.
Probame,
nos lamemos, nos masticamos,
nos succionamos.
Hablame, ensuciamos la respiración.
Mirame,
el deseo se desboca en nuestros gestos.
Definime,
nos adentramos en la otredad.
Afuera, los árboles, la luna, el vecino y el perro, los semáforos intermitentes, los suicidas, las palabras y las cosas, todas las noches que ahora no son.
Cojeme,
ahoguémonos en esta violencia.
Acabame,
hagámonos idea.
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