jueves, 20 de septiembre de 2012

Otros


Me despertó  el sonido lejano y constante de la crecida. Apareciste con el libro azul de letras doradas y en silencio, temiendo despertarme, te recostaste conmigo pero de frente en la hamaca que atravesaba la galería. Abrí los ojos recién cuando comenzaste a leer en voz alta para los dos y vi al cielo despejarse, dos o tres nubes bajas, tu perfil a contraluz, la hilera negra de hormigas subir por la pared.
Como en otros días de lluvia, tu mirada había virado al verde. No dejaba de asombrarme, pero no te lo decía.

-        “Comprendí que para un muchacho que no había cumplido veinte años; un hombre de más de setenta era casi un muerto.”

Tus dedos iban y volvían, siempre volvían a mis piernas, como un mantra.

-        “Le contesté: Suele parecerse al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan.”

En el punto y aparte nos reímos.
Ahora pienso que incluso en esas horas lo sabíamos. Suspendidos en el aire traslúcido, le habíamos ganado al tiempo.

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